El hallazgo de restos de los primeros humanos al norte de los Alpes añade incógnitas a la relación entre sapiens y neandertales
Un estudio secuencia el ADN prehistórico para resolver el misterio de la autoría de unas flechas de hace 47.000 años en el frío corazón de Europa
Hace 47.000 años, en el corazón de Europa, a mitad de camino entre las actuales Frankfurt y Berlín, el clima era gélido, parecido al que se puede encontrar ahora en Siberia. Sin embargo, esas condiciones no asustaron a los pioneros de la primera colonización humana de la región. Entre 1932 y 1938, en la cueva de Ilsenhöhle, en Ranis (Alemania), se habían encontrado miles de fósiles de multitud de especies animales, algunas difíciles de identificar, junto a unas herramientas en forma de hoja, posiblemente usadas para cazar, que se conoce como industria LRJ (Lincombian-Ranisian-Jerzmanowician). Estos objetos, encontrados en Polonia, Alemania o Reino Unido, se solían asociar a los últimos neandertales, la especie de homínidos que habitó Europa durante decenas de miles de años antes de la llegada de Homo sapiens. Pero un trabajo que se publica hoy en la revista Nature, junto a dos más que aparecen en Nature ecology & evolution, puede cambiar esa interpretación de la historia.
En 2016, un equipo internacional de científicos liderado por Jean-Jacques Hublin, del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig (Alemania), regresó a la cueva de Ilsenhöle para completar la información recabada en la década de 1930 y tratar de identificar a los autores de las herramientas LRJ. Con las nuevas técnicas para datar restos, identificar ADN antiguo o reconstruir las condiciones climáticas y la alimentación de los visitantes de la cueva, fueron capaces, por primera vez, de asociar a los humanos modernos con una tecnología antes atribuida a los neandertales. De este modo, también confirmaron su presencia en un tiempo tan temprano en una zona tan al norte, donde helaba casi todo el año.
“Al final, parece que LRJ no tiene nada que ver con los neandertales. Es una de las formas europeas del Paleolítico Superior [el periodo en que los humanos modernos sustituyeron a la diversidad de especies del linaje humano presentes hasta ese momento] que apareció en Oriente Próximo, donde fue producida por los H. sapiens que salían de África”, indica Hublin.
Los nuevos resultados son una pieza más de un largo proceso de reconstrucción de las ancestrales migraciones humanas desde África. Ya había restos de Homo sapiens de hace 50.000 años en Bulgaria e incluso indicios de hace 54.000 en el sudeste de Francia. En la cueva de Ilsenhöle, la posibilidad de recuperar ADN del Pleistoceno, una tecnología desarrollada por Svante Pääbo, premio Nobel de Medicina en 2022, permitió identificar como humanos restos encontrados en la campaña de 2016 y hacerlo también con algunos de los recuperados en la década de 1930.
En aquel refugio se descubrieron fósiles de animales bien adaptados al frío, como las hienas que lo utilizaban como refugio o los osos cavernarios que hibernaban allí, y también hay huesos de rinocerontes lanudos o renos, que, en ocasiones, sirvieron de alimento para los pequeños grupos humanos que se aventuraron tan al norte.
Sarah Pederzani, una investigadora de la Universidad de La Laguna que firma el estudio paleoclimático en Nature ecology & evolution, comenta que “hasta hace poco se pensaba que la resistencia a condiciones climáticas tan frías no apareció hasta varios miles de años después, así que es un resultado sorprendente”. Una de las posibles explicaciones que habría detrás del esfuerzo por adaptarse a un clima tan extremo son las manadas de grandes animales que se podrían encontrar en aquella estepa centroeuropea. Para Hublin, estos resultados muestran que, como “estos grupos de pioneros ya eran capaces de afrontar un entorno así de duro” y “tenían más flexibilidad que los neandertales para adaptarse”, los pequeños grupos que llegaron aprovecharon esa capacidad para instalarse en la periferia norte de los dominios de la otra especie y vivir de la caza disponible.
La asociación de la tecnología LRJ con nuestra especie y la fecha de llegada al norte de Europa mantiene incógnitas sobre la relación entre sapiens y neandertales. Por un lado, habría sido posible que las hojas de piedra, quizá utilizadas en la caza, fuesen desarrolladas por la nueva especie inmigrante y después adaptada por los autóctonos neandertales, o, incluso, que el intercambio de conocimiento se hubiese producido en la otra dirección. Aunque parece probable que los recién llegados sean, en parte, culpables de la desaparición de aquellos otros humanos, hay pruebas de que tuvieron hijos juntos y, al menos en algunos casos, imitaron productos culturales de la otra especie. En el caso de los restos de Ilsenhöhle, los autores creen que, pese a lo que se había pensado, las hojas talladas fueron un invento sapiens. “Hay similitudes tecnológicas con otras tecnologías de H. sapiens”, pero “por ahora no tenemos pruebas de que [la LRJ] fue aprendida por los neandertales”, apunta Weiss.
Respecto a la influencia sapiens en la caída neandertal, Weiss es cauteloso: “De momento, solo podemos decir que había poblaciones de H. sapiens en el norte de Europa cuando los neandertales vivían en el sudoeste. Si se encontraron o interactuaron, no se puede decir por ahora”. Hublin añade que “hizo falta mucho tiempo para que los neandertales fuesen reemplazados más hacia el sur, en Francia o España”. Eso, concluye, solo sucedió con la siguiente oleada humana, la que llegó hace menos de 40.000 años y se asocia a la tecnología auriñaciense, que borró la huella genética de aquellos sapiens que se adaptaron al frío y sustituyó al musteriense, la forma de hacer herramientas que había sido útil para los neandertales durante los 800 siglos anteriores.