Los burdeles y casas de citas de ‘Las Poquianchis’ que aterrorizaron a México en 1964
Las hermanas González Valenzuela controlaban una red de trata entre Jalisco y Guanajuato. Secuestraban a jóvenes, las esclavizaban, torturaban y luego asesinaban por “inservibles”.
Tal vez fue en 1955 y sólo tal vez. Recuerda pocos detalles de aquel día, como si antes de Las Poquianchis no hubiera tenido vida. María conoció a la señora que la secuestró en las calles de su pueblo, en Ocotlán, Jalisco. Era de esas mujeres bien platicadoras a las que terminas contándole la vida y todas las carencias económicas. La mujer, generosa, le dijo que podía conseguirle un trabajo de camarera pero en otro lugar del estado.
María, todavía una adolescente, aceptó. Fue trasladada esa misma noche en un coche por carreteras desconocidas. Por la mañana y tras varias horas llegó a una ranchería donde sólo había una especie de casa de madera y oscura por dentro y había muchas mujeres desnudas. Aunque era muy joven, rápido comprendió: había caído en una trampa y estaba en un negocio de trata de personas en Lagos de Moreno.
Durante los primeros tres meses la mantuvieron encerrada en un cuarto oscuro, para someterla como a un animalito. Después la dejaron salir y le dijeron que, como aún era una niña, no podría hacer trabajos carnales por si caía la policía, así que en lo que cumplía la mayoría de edad sería empleada doméstica del burdel.
Entonces María trabajó limpiando el burdel y los cuartos de prostitución día y noche. Soportaba el cansancio extremo con cinco tortillas secas y una embarrada de frijoles que le daban al día. Cuando ya no podía más, la golpeaban con un garrote. Las agresoras eran unas mujeres mayores de las que al principio no sabía ni siquiera su nombre.

María fue testigo de algo más siniestro que entregar el cuerpo a la fuerza: cuando las chicas se negaban a trabajar eran asesinadas por mujeres. Recuerda que por esos meses a una de las jovencitas la dejaron morir de inanición. Otra de las cautivas fue asesinada a garrotazos cuando estaba en el excusado. Así fueron sus primeros nueve meses en el burdel, hasta que un día la sacaron a una granja que era propiedad de las mujeres que la secuestraron. Ahí comprendió que lo atroz estaba por venir:
“Nos golpearon y atormentaron, arrastrándonos de los cabellos y propiciaron golpes con unos leños y unos zapatos”. En ocho días de torturas, tres chicas murieron. Recuerda bien a dos hermanas y una de ellas había quedado moribunda. Por puro sadismo sus secuestradoras obligaron a una de ellas a rematar a golpes a su propia hermana.
María era sólo una víctima más de una red de trata de personas encabezada por tres hermanas: María Luisa, Delfina, María de Jesús y Carmen González Valenzuela. Quienes entre 1954 y 1964 administraron burdeles y casas de citas en Jalisco y Guanajuato, en donde mantuvieron secuestradas durante años a decenas de jovencitas. Ahí fueron esclavizadas, torturadas y sodomizadas. Al día de hoy se desconoce a cuántas les quitaron la vida, pero las autoridades de la época calcularon al menos 150.
Esta es una colaboración de ARCHIVERO para DOMINGA que reconstruye el caso gracias a la desclasificación de expedientes olvidados entre cajones y viejas oficinas públicas. Historias como ésta revelan que en México la verdad oficial está en obra negra.
La revista Alarma! les puso el mote de Las Poquianchis

El archivo de la investigación de las hermanas María Luisa, Delfina, María de Jesús y Carmen González Valenzuela está en el Poder Judicial de Guanajuato. Una tras otra hoja, se apilan testimonios de jovencitas que parecen calcados de la misma historia. La mayoría narra cómo eran apenas unas niñas, entre 12 y 15 años. Chicas muy pobres y bellas, que alguna de las hermanas encontraban en las calles y las elegían. Se acercaban a ellas con el pretexto de ayudarles a conseguir un trabajo. Sólo por buena voluntad.
De las hermanas González Valenzuela se dice mucho pero se tiene poca información exacta. Según reportajes de la época, sobre todo de la extinta revista Alarma!, que las llamó Las Poquianchis y vendió miles de periódicos con sus fotografías y relatos explícitos –“Eran infernales”, “despiadadas torturadoras”, decían en sus encabezados–; eran originarias de El Salto, Jalisco. El relato que más se reproduce es que fueron hijas de un policía de época porfirista y que después, durante el gobierno de Venustiano Carranza, le encomendaron la tarea de ejecutar a prisioneros militantes del movimiento de Pancho Villa.
En 1938, Carmen conoció a un hombre llamado Jesús Vargas, con el que se fue a vivir y juntos abrieron una pequeña cantina en El Salto. Ese sería el primer registró de los negocios de noche de la familia. Por ese entonces su otra hermana, Delfina, le siguió los pasos y abrió el primer burdel de la zona, en una época en que la prostitución era ilegal pero la corrupción, enorme. En 1941 tras un tiroteo fue clausurado.
Sin embargo la historia de terror de Las Poquianchis comenzaría en 1954 cuando mudaron el burdel a Lagos de Moreno a un sitio llamado “Guadalajara de Noche”. Delfina también abrió otro burdel, en San Francisco del Rincón, Guanajuato, y luego abrieron otro en León, la capital del estado. Y aquí es donde arrancan los testimonios que revelarían que fue en esta época cuando comenzaron a secuestrar jovencitas para el nuevo burdel. Entre ellas y una red de reclutadoras comenzaron a recorrer los pueblos más marginados.
“Las flacas y enfermas eran mujeres inservibles”, decían Las Poquianchis
En el expediente desclasificado hay testimonios como el de otra joven –cuyo nombre está censurado con negro, así como el lugar donde la reclutaron–, contó que un día una mujer se le acercó y le dijo que tenía un trabajo de sirvienta con el que ganaría dinero. Entonces la llevaron a San Francisco del Rincón. Fue torturada desde que cruzó la puerta: la recibieron golpeándola con un garrote, también la hincaron en el piso y la obligaron a sostener ladrillos sobre su cabeza.
Recuerda que permaneció 30 días encerrada en un cuarto, hasta que un día abrieron la puerta y le dijeron que tenía que tener relaciones sexuales con varios hombres que le pagarían 15 pesos diarios, que por supuesto serían recogidos por las hermanas al finalizar el trabajo. “Era a la fuerza y si no estábamos con ellos nos golpeaban y no nos daban de comer”, revelaría. Dijo que cuando se negaban también las encerraban en un cuarto en el segundo piso del burdel de San Francisco del Rincón donde no había baño, así que cada que se orinaban en el piso eran golpeadas brutalmente.

Los testimonios siguen. Otra jovencita dice que a ella también le ofrecieron un trabajo. Fue trasladada a uno de los burdeles. Ella recuerda cómo tras las sesiones de tortura las jóvenes comenzaban a enfermar. “Las flacas y las enfermas eran mujeres inservibles”, declararía. Aunque tal vez el recuerdo más atroz es cuando la obligaban a asesinar a sus compañeras “inservibles”. Eran convocadas para matar a patadas a las enfermas y recuerda a una: una chica muy joven que había quedado paralítica por un aborto clandestino y falta de comida.
“Los niños que nacían con motivo de las relaciones sexuales fueron muertos por órdenes de ellas”, diría en una declaración en un juzgado de Guanajuato. Las y los niños muertos eran sacados a la carretera, les echaban petróleo, basura y entonces les prendían fuego y los restos eran enterrados en los patios de las casas de citas.
La jovencita corroboró la versión de los asesinatos de niños: cuando una de las chicas tuvo a su bebito, las hermanas lo estrangularon. Seguro ese fue el destino de decenas de niños que, según los testimonios, eran retirados por las hermanas al nacer

Dijo que eran obligadas a dejarse penetrar por un perro, que había un grupo de hombres que trabajaba violando a las jóvenes vírgenes o que una mujer las violaba con un fierro para que aprendieran. Esta joven también recuerda a otra chica obligada a rematar a su hermana por órdenes de Las Poquianchis: “sacó a su propia hermana arrastrándola y la llevó al comedor y ahí la pateó…”.
Finalmente el 12 de enero de 1964, una jovencita, Catalina Ortega, una de las más recientes muchachas en ser secuestrada –los expedientes no especifican su edad–, logró escapar de una de las propiedades de las hermanas localizada en el Rancho San Ángel, en San Francisco del Rincón, y dio parte a la policía. En el lugar fueron localizadas 15 mujeres y tres niños. Las hermanas Delfina y María de Jesús fueron las primeras detenidas y enviadas a la prisión de Irapuato. Después Luisa sería arrestada. Fueron sentenciadas a 40 años de prisión.