La realidad alcanzó al rescate de los mineros
La duración estimada de 6 a 11 meses de las labores de los rescatistas cancela cualquier posibilidad de que estén con vida
“La mayor parte (probablemente la totalidad) de la mina se llenó de agua al momento del trasvase original. Por el nivel de agua de los tiros verticales (se concluye que) todo el espacio disponible fue ocupado por agua”.
“La premisa es que (los mineros) pueden encontrarse cerca del lugar donde estaban cuando la inundación. Pero evidentemente la fuerza de la corriente y remolinos internos pudieron haberlos desplazado, aunque no una larga distancia porque no hay evidencia de corrientes continuas de agua”.
Estos dos comentarios provienen de un especialista integrante del equipo de ingenieros, técnicos mineros, geólogos y elementos de protección civil y Fuerzas Armadas que desde hace casi cuatro semanas agosto trabajan para buscar a 10 hombres atrapados en el fondo de una mina de carbón inundada al mediodía del 3 de agosto.
La evaluación del especialista, que pidió el anonimato para comentar libremente las conclusiones del equipo de rescate, dice lo que las autoridades no han querido decir abiertamente: que los mineros murieron ahogados y que no hay certeza de dónde están sus cuerpos, pues probablemente fueron arrastrados por el agua más allá de las cámaras subterráneas donde los vieron por última vez los cinco compañeros que lograron sobrevivir.
Esta realidad alcanzó la semana pasada al gobierno mexicano y a sus esfuerzos para encontrar a los mineros, cuando anunciaron que su plan de rescate tendría una duración estimada de 6 a 11 meses, un plazo que cancela cualquier posibilidad de que estén con vida.
Ese plazo fue la razón por la que los familiares de los mineros, a la expectativa desde la tarde del 3 de agosto, rechazaron el plan de búsqueda. Es demasiado tiempo, dijeron, lo que da un pretexto para que las autoridades abandonen la búsqueda en cualquier momento pues ya no confían en la información oficial. Porque tampoco hay garantías de que se puedan encontrar y recuperar los cuerpos.
Porque durante días, el tono de Laura Velázquez, titular de la Coordinación Nacional de Protección Civil era uno de optimismo no justificado por las condiciones del terreno.
“Esperemos (el rescate) sea el día de hoy”, dijo el 11 de agosto, ocho días después de que una inundación en la mina El Pinabete atrapó a los trabajadores.
Al día siguiente, Velázquez anunció que habían logrado evacuar el agua que había llenado la mina, más de 200 mil metros cúbicos, o el equivalente a 10 albercas olímpicas. Ese mismo día, confió, los equipos de rescate bajarían para iniciar el rescate.
Hablaba del rescate como si fuera inminente, a pesar de que los primeros rescatistas que descendieron por los tiros verticales ya desaguados no encontraron huellas humanas en la boca del túnel, sólo escombros, tubos y madera, lo que indicaba una labor mucho más ardua para buscar en los recovecos de la mina por galerías subterráneas que ni siquiera estaban bien mapeadas, porque la mina no había tenido inspecciones de seguridad.
Pero los rescatistas ya no volvieron a bajar para buscar más allá de las bocas de los túneles, porque entre el 13 y el 15 de agosto la mina se volvió a inundar con filtraciones de una mina abandonada vecina. Desde ese día, esas filtraciones han arrojado más de 500 mil metros cúbicos de agua, el doble de la inundación original.
Desde entonces, el grueso del trabajo se ha ido en evacuar el agua de la mina, donde los niveles de los tiros verticales todavía rebasan los 30 metros, imposible para intentar cualquier rescate.
“Por el momento no hay condiciones ni posibilidad para bajar, por la inundación del tiro. De ser controlada, se tendría que bajar poco a poco para reconocer el terreno”, me dijo el especialista integrante del equipo de rescate. Pero varias condiciones deben cumplirse: que no haya posibilidad de otra inundación, que no haya presencia de gases, que las paredes de la mina no tengan riesgo de derrumbe al estar reblandecidas por la humedad y que se remuevan todas las obstrucciones a un libre acceso, como escombro, pilotes, maquinaria.
Los estudios geológicos que se hicieron la semana pasada muestran pocas posibilidades de abatir pronto la abundancia de agua alrededor de la mina, por lo que descartar riesgos de inundaciones o derrumbes por humedad sería demasiado aventurado.
Dados los riesgos, el equipo de rescate propuso excavar un tajo con rampas para acceder al lugar donde podrían estar los mineros. Esta opción es la que los familiares rechazan. El integrante del equipo de rescate asegura que la opción es viable pero lenta: “requiere planeación, maquinaria, ingenieros y mineros con experiencia”. Pero también “paciencia para resolver los retos técnicos, geológicos e hidráulicos que se presenten
Y, sobre todo, “recursos económicos y materiales continuos. Se asume que serán constantes e ilimitados y la intención de rescate es genuina”.
El especialista dice que la solución al problema no depende de tecnología o técnicos internacionales con mayor conocimiento, sino de aplicar los conocimientos geológicos y mineros de la zona “con paciencia”.
“La naturaleza hizo valer su fuerza y potencia”, dice. “No se puede ir contra ella sino buscar la manera de moldearla y dominarla”. Advierte que es una labor que llevará mucho tiempo y que incluso es posible que la búsqueda “pudiera resultar infructuosa al paso de las semanas o los meses”.
Eso es lo que nadie en la mina El Pinabete quiere admitir todavía abiertamente.