Hoy se conmemoran 20 años del inicio de los llamados Juegos del Milenio, que dieron lo que hasta entonces se consideró la mejor actuación nacional en el extranjero
Hace 20 años, mientras en México comenzaban los festejos por el inicio del Movimiento de Independencia, al otro lado del mundo, en el hemisferio austral, celebraban también que tras cuatro años de espera, la flama olímpica se encendía de nueva cuenta para congregar a la humanidad en los primeros Juegos Olímpicos del milenio, que se realizaron bajo el lema: “Miles de corazones con una meta. Comparte el espíritu. Atrévete a soñar”.
Aquella noche se dio uno de los encendidos del pebetero olímpico más emblemáticos de la justa, cuando la antorcha posó la llama sobre un espejo de agua y poco a poco se encendió un círculo de fuego que se enalteció hasta llegar a la cúspide del Stadium Australia de Sidney 2000.
Sin embargo, el detalle más simbólico de aquella ceremonia fue conceder el honor de ser la última relevista de la flama que viajó desde Atenas, Grecia, hasta Oceanía, a Cathy Freeman, la velocista que encumbró el orgullo australiano, pero en especial de los nativos aborígenes, que a mediados del siglo XX fueron duramente castigados por los australianos migrantes, como el Apartheid en Sudáfrica o las expresiones racistas contra los afroamericanos en Estados Unidos.
Freeman se convirtió en la primera aborigen, y la segunda mujer en la historia de la justa, que encendió un pebetero olímpico, después de la mexicana Queta Basilio en México 1968.
En el inicio de este milenio, desde el continente asiático llegó uno de los símbolos de tregua y hermandad más poderosos, pues por vez primera Corea del Norte y Corea del Sur desfilaron como una sola nación, aunque sin bandera nacional; en lugar de ésta, portaron como insignia un lienzo blanco con la silueta en azul de toda la península que conforma su territorio.
Pero entre las historias asombrosas, América se llevó muchos capítulos. No sólo porque Estados Unidos (37-24-32) se adueñó del reflector al conquistar el medallero por apenas cinco oros de diferencia con Rusia (32-28-29); también porque de ese país emergió la mayor vergüenza: la velocista Marion Jones, quien buscaba cinco oros en atletismo, obtuvo tres, y años después admitió que consumió la sustancia prohibida tetrahidrogestrinona para mejorar su rendimiento.
Le retiraron las preseas y fue a la cárcel por mentir ante una corte federal. Pero la justa también brilló por historias de resiliencia.
Desde Guinea Ecuatorial llegó Eric Moussambani, gracias a un programa que permitió a atletas de países en desarrollo asistir a la justa, y nadó los 100 metros en solitario porque sus rivales hicieron salida en falso; a pesar de sus limitaciones técnicas, el público lo alentó todo el tiempo, aunque tocó la pared en 1:52.72, cuando el campeón olímpico Pieter van den Hoogenband ganó con 47.84 segundos.
La persistencia de Moussambani, que nunca había visto una alberca de 50 metros, se ganó la admiración del mundo.
En Sidney 2000, Colombia ganó el primer oro olímpico de su historia, gracias a la pesista María Isabel Urrutia (75kg.) y para nuestro país, en esos mismos Juegos y en ese mismo deporte, Soraya Jiménez (58kg.) conquistó el primer oro olímpico del deporte femenil nacional, una medalla cónclave que derrumbó los prejuicios y revolucionó los estándares y alcances de las mujeres mexicanas que decidieron escribir su historia en el deporte.
Aunque el polaco Robert Korzeniowski logró la hazaña de ganar oro en 20km y 50km de marcha, en nuestro país se conserva la memoria de Bernardo Segura y su descalificación en los 20km; aunque ya festejaba con Noé Hernandez (qepd) que ambos ascenderían al podio, un juez le reiteró la descalificación hasta la zona de entrevistas, por lo que Noé pasó de plata a bronce y Segura no recibió medalla.
Pese al escándalo, nuestro país logró la que entonces fue considerada la mejor actuación olímpica en el extranjero, con el oro de Soraya Jiménez (halterofilia), la plata de Noé Hernandez (20km marcha), la plata de Fernando Platas (3m clavados) y los bronces de Cristian Bejarano (Peso Ligero, Boxeo), Joel Sánchez (50km) y Víctor Estrada (-80kg. taekwondo) para alcanzar el sitio 39 en la tabla de preseas.
El triatlón hizo su debut y también de manera oficial el taekwondo, que si bien se compite desde los Juegos de Seúl 1988, era de exhibición, y México ha ascendido al podio desde aquella justa, pero es a partir de Sidney 2000 que cuenta ya en el medallero y de manera ininterrumpida nuestro país ha ganado al menos una presea en cada torneo olímpico de este deporte de combate.
Cuba fue la única nación de América Latina en el Top10 del medallero, con 29 preseas totales: 11 oros, 11 platas y 7 bronces. En total, 10 mil 651 deportistas, y de ellos 4 mil 69 mujeres, procedentes de 199 países contendieron en 28 deportes y 300 disciplinas.
Una cifra récord de 80 países ganó al menos una presea en Sidney 2000.
Afganistán fue suspendido y no contendió en la justa, tras instaurar el régimen Talibán.
Así comenzaba el milenio: entre reacomodos globales, nuevas hostilidades, nuevas expresiones competitivas, pero con la viva expresión del origen de los Juegos: la hermandad de los pueblos por medio del deporte. Se estima que la Justa del Milenio tuvo un costo de 6.6 billones de dólares y las arcas publicas invirtieron casi 2.4 billones de dólares en su realización, pero nunca se calibraron métricas reales de los beneficios en derrama económica de largo plazo que Sidney 2000 dejó a Australia.
El gran ausente
Aunque para la comunidad mundial no era entonces relevante, al largo plazo Australia es mal visto porque el Comité Organizador de Sidney 2000 no invitó a sus propios Juegos al ex velocista Peter Norman, quien se convirtió en una de las leyendas del olimpismo mundial.
Norman ganó plata en los 200m de los Juegos Olímpicos de México 1968 y el registro de 20.06 segundos que hizo en el Estadio Olímpico Universitario de la UNAM es aún el record nacional australiano; sin embargo, en la ceremonia de premiación portó un parche que decía: ‘Movimiento Olímpico por los Derechos Humanos’, mientras sus compañeros en el podio, John Carlos y Tommie Smith alzaban los puños enfundados en guantes negros, en aquella icónica protesta del ‘Black Power’ por los derechos civiles de los afroamericanos.
Así como los estadounidenses fueron vetados del movimiento olímpico, Norman también quedó excluido del deporte australiano, aunque sabía que hacía lo correcto, porque en su país había opresión hacia los aborígenes nativos de Oceanía, el gobierno australiano desdeñó su discreta manifestación y jamás le permitieron representar al país.
Norman murió en 2005 y tanto Smith como Carlos cargaron su féretro en su natal Melbourne, pero fue hasta 2012 que el parlamento australiano le ofreció perdón por no valorar de manera adecuada su lucha social y por dejarlo fuera de equipos olímpicos, aunque siempre mostró una forma deportiva de excelencia.