“Tres meses después me entregaron el cuerpo de mi hijo y sólo me separé de él porque me dijeron que me haría daño el olor a gasolina que despedía”

“Tres meses después me entregaron el cuerpo de mi hijo y sólo me separé de él porque me dijeron que me haría daño el olor a gasolina que despedía”

Para María Guadalupe Reyes Cornejo, desde aquel 18 de enero del año pasado, en que la “explosión de Tlahuelilpan” le arrebató a su hijo Emmanuel Cruz de 27 años la vida ha sido una lenta agonía.

     “Aparentemente dicen déjalo ir, que descanse, pero no es fácil porque él era un apoyo para mi, era el mayor de mis hijos, no es fácil tener que resignarme a vivir sin él, más por las circunstancias en que se fue: apenas lo vi minutos antes y luego te dicen que está entre los muertos”.

     Sentada en la banqueta frente a su casa y ante animales de pastoreo que pasaban por el lugar, expresó que el recuerdo de la tragedia le hace sentir un enorme escalofrío.

     “El pensar que unos minutos antes estaba bien y que me dijeran -es que no está, es que lo andamos buscando porque se perdió entre las llamas, falleció- desde ese momento ya no tuve paz, con decirles que me sudan las manos con tan sólo rememorar ese momento”.

     Guadalupe recuperó los restos de su hijo 99 días después de la deflagración, “no nos los entregaron luego, tardaron tres largos meses que a mí se me hizo una eternidad para poder estar cerca de mi hijo”.

     Sin embargo, la consternada mujer señaló que ya no pudo ver a su hijo, porque no pudo y no quiso, el dolor la hizo presa.

     Contó que el encargado de identificar a Emmanuel fue su hermano, y que ella se limitó a palparlo cuando ya estaba en su caja, pero comentó que a pesar de que no lo quiso ver, a la hora de enterrarlo ya no se quería separar de él, aún con el fuerte olor que desprendía por haber estado en la morgue refrigerado durante tanto tiempo.

     Doña Lupe, como la llaman sus conocidos, sólo se separó de su hijo porque le dijeron que el aroma que desprendían los restos de su vástago terminaría por dañarla.

     “Yo no me quería separar de él, pero nos dijeron que lo teníamos que enterrar luego porque ya tenía tres meses en el congelador, pero yo no me quería separar de él, yo no lo quería dejar ir, yo no quería que se fuera. Pero tuvo que ser, porque no podíamos quedarnos más tiempo con ellos. Nos entregaron las cajas selladas”.

VENDÍA ELOTES EN FERIAS

     La mujer menciona que entre sus delirios piensa que su hijo, quien se dedicaba a la venta de elotes en las ferias pudo escapar del estallido, que sorteó la muerte y que el día menos pensado regresará. A un año del viernes negro, todavía no se resigna a perder a su hijo. Vive en la negación

     “Pienso que él no está muerto, que él va a regresar, pero recuerdo la triste realidad, es muy difícil aceptar que él ya no esté conmigo”.

     Con los ojos enlutados y profundo pesar en su voz, la oriunda de Tezontepec de Aldama narró que constantemente sueña a Emmanuel, y cuenta que en el mundo de lo onírico el difunto la abraza y le dice sonriente que todo está bien: “gorda no te agüites, échale ganas. Tú eres fuerte”.

     La afectada reconoce esa valía en sí misma, porque a pesar de sus limitaciones académicas y sociales, aseguró que ella fue quien encabezó el comité proconstrucción del memorial para las 137 personas que perecieron producto de la explosión del 18 de enero de 2019.

     “Cuando todos estaban tristes y llenos de dolor por lo que había pasado, yo dije: tenemos que darles un lugar digno de descanso a nuestros difuntos, y me armé de coraje, fui a ver al presidente de la República y le dije que teníamos que hacer un memorial, el cual terminó por autorizar”.

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