Los restos de arcos y flechas más antiguos de Europa, hallados en la Cueva de los Murciélagos de Granada
Las cuerdas, de hace unos 7.200 años, son de tendones de animales trenzados como se sigue haciendo hoy
De la Cueva de los Murciélagos (Albuñol, en la costa de Granada) se ha escrito mucho. Durante unos años del siglo XIX fue la principal fuente de nitrógeno natural del país como fertilizante (por el guano de los quirópteros que colgaban de sus techos). Dentro creyeron ver galena, mineral rico en plomo, en unas vetas rojizas de la roca y los mineros entraron con todo. Pero aquello, sobre todo, era un cementerio, una necrópolis que después se supo muy antigua. Lo sacaron casi todo, los 70 cuerpos que allí había, los ajuares y las ofrendas que los acompañaban, acabando la mayoría ladera abajo, pavimentando el camino a la oquedad o como recuerdo en casa de los vecinos. En 1867, el abogado y arqueólogo almeriense Manuel Góngora y Martínez, catedrático de la Universidad de Granada, fue al pueblo, recuperando todo lo que pudo comprándoselo a los lugareños o de la misma cueva. La mayoría de aquel material acabó en el Museo Arqueológico Nacional, pero no todo. Ahora, siglo y medio después, un equipo de arqueólogos ha encontrado en las escombreras de la fallida mina los restos de arquería más antiguos de Europa. Según publican en Scientific Reports, hallaron flechas todavía con sus plumas, puntas hechas de madera de olivo o cuerdas de tendón trenzado como los arqueros actuales siguen trenzando.
“Una de las cuerdas la encontramos entre las rocas, donde arrojaron la mayoría de los cuerpos”, cuenta la investigadora del departamento de prehistoria de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), Ingrid Bertin. La otra era una de las que se conservaban en el Museo Arqueológico. A primera vista, parecen hechas con alguna fibra vegetal, “de esparto, como otros muchos objetos encontrados”, añade la arqueóloga francesa. Pero tras un análisis más detallado (con sofisticadas técnicas como la espectrometría de masas o la espectrofotometría transformada de Fourier) descubrieron que eran esencialmente colágeno, de origen animal. Pudieron afinar aún más, viendo que una estaba hecha de ligamentos de dos tipos de animales diferentes y la otra de un tercero. Unos procedían de probablemente un corzo, otros eran del género caprino y los terceros tendones eran de un cerdo doméstico o un jabalí.
También vieron que las dos cuerdas de arco son de épocas distintas. La Cueva de los Murciélagos se usó durante más de 3.000 años y siempre como lugar funerario. Los que iban llegando depositaban sobre el suelo a sus muertos, probablemente con su ajuar, y allí los dejaban sin enterrar. Los cordajes ahora analizados no distan tanto en el tiempo, pero sí para que les llamara la atención que estuvieran hechos con la misma técnica de torsión, siendo de especies y momentos diferentes. Para la autora sénior de esta investigación y también de la UAB, Raquel Piqué, “que la técnica de elaboración sea la misma, aunque la materia prima sea diferente, demuestra una continuidad en la manera de hacer estos objetos que, por otra parte, son muy semejantes a otras cuerdas que encontramos incluso ahora”. Y añade: “Esta técnica de torsión de las fibras es la misma que usamos en la actualidad, aunque con otros materiales”. El hecho de que sea de tendones “es algo que no teníamos en la prehistoria europea”, añade.
Además de las cuerdas, también han encontrado puntas de flecha y astiles (el cuerpo de la flecha) todavía con sus plumas, para darles equilibrio. Su datación mediante la prueba del carbono-14 señala que son de hace entre 7.200 y 6.900 años. El hallazgo de puntas no es algo nuevo. Ya en el Paleolítico, hace unos 54.000 años, encontraron centenares de piedras talladas para este uso arrojadizo. El descubrimiento apuntó entonces a la idea de que la superioridad tecnológica de los sapiens fue determinante en el resultado de su encuentro con los neandertales. “En efecto, la arquería ya existe en el Paleolítico superior, pero solo se conservan las puntas”, recuerda Piqué. De ahí la relevancia de lo encontrado en la Cueva de los Murciélagos. Los astiles están hechos de caña, lo que supone que las flechas sean muy ligeras. El uso de cañas para la fabricación de flechas en la Prehistoria en Europa, una hipótesis considerada por los investigadores durante décadas, finalmente se ve confirmada.
Entre las puntas que han encontrado las hay de madera, en concreto de olivo silvestre, una madera dura y densa como pocas. Para unir las distintas partes, las investigadoras analizaron los extremos de astiles y puntas aún con restos negruzcos de una material que ha resultado ser brea o alquitrán de abedul, un adhesivo natural. Bertin cuenta que lo obtenían con la cocción a fuego lento de la corteza del árbol. No lo han hecho con los frágiles restos encontrados, pero confirmaron que eran buenas flechas al compararlas con el rendimiento de otras más recientes, como réplicas de las flechas de algunos indios americanos, como los apaches. “Tenemos pendiente el trabajo experimental, porque las queremos replicar y comprobar su efectividad”, explica. También tienen pendiente algo que podría darles grandes alegrías si lo logran: para hacer este pegamento, que usaron además para decorar las flechas, tuvieron que manipular la brea y confían en encontrar ADN antiguo de los que lo hicieron.
¿Para qué eran las flechas? “No lo sabemos”, reconoce Francisco Martínez Sevilla, arqueólogo de la Universidad de Alcalá, responsable del Proyecto Murciélagos (MUTERMUR) y también coautor de la investigación. Los que dejaban a sus muertos en la cueva ya eran neolíticos, vivían de la agricultura y la ganadería. Aunque aún cazaran, ya no era la base de su subsistencia. Así que en vida, pudieron usarse para la caza, pero no descartan que también fueran para guerrear. “En el Levante, aunque son algo anteriores, hay representaciones rupestres de violencia interpersonal”, apunta Piqué. En la Península también se ha encontrado el uso bélico más antiguo dado a las flechas, así que bien pudieron tener un uso dual.
Pero en la cueva se empleó con otro propósito, probablemente simbólico. “Allí no hay sedimento, así que los que iban llegando veían lo que habían dejado otros, añadiendo sus cosas, más muertos, más ofrendas o más lo que fuera”, dice Piqué. Lamentablemente, el hallazgo de una diadema de oro por los mineros hizo que la avaricia y la miseria destrozará aquel lugar. “Usaron lo que había dentro de la cueva, también los huesos, para rellenar los caminos hasta ella”, recuerda Martínez Sevilla. Aun así, han logrado recuperar más cosas de caminos y escombreras que arrojaran nueva luz sobre aquellos primeros neolíticos de la península ibérica. Pero esta parte de la historia de la Cueva de los Murciélagos aún la están escribiendo.